miércoles, 30 de septiembre de 2009

GUIA N. 2 GAUDIUM ET SPES - LA DIGNIDAD HUMANA CUARTO BIMESTRE

(nn 1 – 22 ) Semana: 14-18 Sep.
INTRODUCCION

Es una consideración sobre el mundo actual, más que una descripción del mismo (GS 4-10). Se señala un contraste flagrante: «jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico» (GS 4), mientras una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria, y son muche­dumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca había habido tal ansia de libertad en el mundo, al paso que surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. Nunca había habido tal ansia de paz y de unidad, y en cambio el mundo está atravesado y dividido por fuerzas contrapuestas.
En Io más hondo de esta mirada sobre el mundo, se dibuja una pregunta de alto alcance ético: ¿qué se debe hacer para que estas inmensas posibilidades y riquezas del mundo actual puedan llegar a todos los hombres sin excepción y puedan elevar la calidad de vida de todo el hombre, que es un ser corporal y espiritual? Esta pregunta — ¿qué hacer por el hombre y por el mundo?— es humanista y cristiana. Por eso, Gaudium et spes afirma claramente, al final de cada ca­pítulo o sección, lo que Cristo vivo ofrece a una so­ciedad sedienta de paz y de justicia. No hay duda de que su Objetivo es promover la colaboración entre Igle­sia y sociedad, para el bien del hombre y del mundo. Por esto» el hombre y el mundo serán las dos partes principales de Gaudium et spes.
Gaudium et spes empieza con una verdadera antropo­logía, aunque sea abreviada, en la que se describe al hombre en sus trazos teológicos y filosóficos esenciales: imagen de Dios, con capacidad de conocer y de amar a su Creador (GS 12); ser social llamado a tener relación con los demás, a la cooperación, e incluso a la íntima comunión propia de las personas humanas: tal es, sobre todo, la sociedad de hombre y mujer (GS 12, § 4).
El Concilio no traza una imagen idílica del hombre. La fascinación que sobre él ejercen objetos muy diversos y la tentación de alcanzar sus propios fines al margen de Dios, crea en él una íntima división que hace de la vida humana una lucha para pasar de las tinieblas a la luz (GS 13). Esto puede hacerlo el hombre porque no es sólo naturaleza, sino libertad.
Los números 14 a 17 de GS son una admirable ascensión que tiene los si­guientes peldaños:
a) La persona es una síntesis de corporalidad y espiritualidad. Los cristianos hemos caído, a veces, en actitudes represoras o puritanas, pero lo cierto es que la Biblia y la Tradición proclaman que también el cuerpo es santuario del Espíritu y que también está destinado a glorificar a Dios (GS 14).
b) La síntesis de cuerpo y espíritu no es una pura yuxtaposición sino una unidad profunda que se refleja en un rasgo por el cual la persona es superior a la naturaleza y al universo entero. Este rasgo es la inte­rioridad: la persona «retorna a estas profundidades [de la interioridad] cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda» (GS 14, § 2).
En la interio­ridad, el hombre, personalmente, decide su propio destino bajo la mirada benévola de Dios. Esta capa­cidad de decidir se debe a que la persona está dotada inteligencia, sabiduría, y capacidad de amar (GS 15), lo que crea en ella el santuario más secreto de su Personalidad: su conciencia, donde resuena la voz de Dios (GS 16).
c) No acaba aquí la contemplación ascendente del hombre. La interioridad del corazón o de la conciencia se expresa de forma inteligente y amante, pero también de forma libre:
«La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre "en manos de su propia decisión", para que así tenga la iniciativa de buscar a su Creador [...] adhiriéndose libremente a El. La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido por convicción interna personal, no por un ciego impulso interior o por coac­ción externa» (GS 17).
Hoy quisiera subrayar, con gran énfasis, esta breve antropología teológica del hombre imagen de Dios:
— Dotado de inteligencia que nos permite compren­der el mundo y al hombre, entendiendo simultáneamen­te que somos trascendidos por lo divino,
— dotado de capacidad de amar, por la que nos podemos comunicar, respetar y amar unos a otros,
— dotado de libertad, por la que el hombre se puede autodeterminar y decidir desde el santuario de su inte­rioridad (el corazón o conciencia).
Estas cinco dimensiones : inteligencia, capacidad de amar, interioridad (conciencia), capacidad de relación y libertad— son los ejes perennes no sólo del pensamiento judeo-cristiano, sino de la orientación concreta de respeto y amor hacia toda otra persona. Este es el alzado ético de la antropología conciliar, que señala hacia el objetivo social por excelencia: la buena convivencia, presidida por la ética, cuyo último fundamento es religioso. El concilio pastoral se apoya en la persona, la respeta y la reconoce como imagen de Dios. En esta antropología básica se da un punto de encuentro entre el humanismo inherente al cristianismo y la modernidad: es la famosa tríada constituida por la libertad (GS 17), la igualdad (GS 29) y la fraternidad (GS 32), preparada y coronada por la dimensión co­munitaria de la persona (GS 24.26). Con este equipaje, los hombres de buena voluntad y los cristianos han de ser considerados «creadores de nueva humanidad» (GS 30) y partícipes en los esfuerzos comunes (GS 31).
¿Qué más aporta la fe a esta visión del hombre? La visión de Cristo como hombre nuevo, imagen de Dios invisible, totalmente entregado como cordero inocente, capaz de iluminar el enigma del dolor y de la muerte (GS 22). Cristo, Verbo encarnado, es capaz de aportar su capacidad de relación sellada por el amor fraterno a la comunidad humana, marcada así por el signo de la caridad y de la solidaridad propias del Reino de Dios (GS 32). El camino hacia este Reino ha sido inaugurado por la Muerte y Resurrección de Cristo, que —gracias al don de su Espíritu— anticipa ya, en el hombre interior arraigado en la caridad, la tierra nueva y el cielo nuevo donde habita la justicia (GS 38-39).
Hay que añadir aquí algo relacionado con el ateísmo (GS 21). Es muy significativo que Vaticano II entienda que es un fenómeno secundario, no primario. En efecto, es así. En la humanidad, primero se da la creencia en Dios; luego, en una segunda etapa, se da el ateísmo. Yo atribuía ese carácter secundario del ateísmo moderno a las sucesivas oleadas ideológicas que son una crítica a las pruebas clásicas de la existencia de Dios (Kant), que atribuyen a la religión el carácter consolatorio de opio (Marx), o le atribuyen la estructura formal de la ilusión (Freud). Pero hay algo más profundo que explica la aparición sucesiva de las ideologías proclives al sincretismo o al ateísmo. Es algo obvio y vital: en la época moderna, para vivir de acuerdo con la mentalidad tecno-científica, no es necesaria religión alguna.
Se puede vivir sin fe, en un mundo y en un ambiente marcado por la tekné en su más alto grado: la tecnología derivada de la ciencia. El mundo de las habilidades del hombre a diferencia del mundo de la ética, apenas postula a Dios, al menos de modo inmediato. Poco importa que se den o que no se den conflictos entre fe y ciencia. No está aquí el problema. El problema está en que la fe, si en algún nivel es necesaria, lo es tan sólo como horizonte vital de esperanza que permite respirar la trascendencia a la persona humana o como exigencia de amor fraterno que la hace convivir, pero no como explicación del mundo cientista, o como incentivo para el bienestar perseguido por la tecnología.
A la antropología del hombre interior y en relación, debe añadirse la consideración del hombre como ser sexuado, capaz de amor creador y fecundo, orientado al misterio del matrimonio y de la familia (GS 47-52). La entrega mutua y libre de los dos esposos, perfeccionada por el don de la gracia y de la caridad divina, lleva a cada uno de los esposos a la donación plena de sí mismo. Ese don mutuo y pleno es tan dinámico y expansivo que tanto el matrimonio como el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la fecundidad, es decir, a la procreación y a la educación de los hijos (GS 48.50). La transmisión responsable de la vida se realiza por el juicio recto de los esposos que actúan por consenso mutuo, si bien son dignos de mención los que «aceptan con magnanimidad una prole nume­rosa» (GS 50, § 3). En el amor fiel, Dios mismo asocia lo humano y lo divino. Por eso no es un simple medio para la procreación, sino fin esencial del matrimonio, unido a la procreación y a la educación de los hijos. Así, el mutuo afecto, que Dios bendice y renueva, une a los esposos que no sólo son «pareja» sino «familia» (GS 52). «El amor no es solamente para la procreación» (GS 50, § 3)

BIBLIOGRAFIA: Rovira Belloso Joseph Maria, “Vaticano II Un concilio para el Tercer Milenio”. Ed. BAC. Madrid 2000.

ACTIVIDAD EXTRACLASE N . 1
Leer la introducción “Condición del Hombre el mundo Moderno” (nn 1-10 ) Elaborar un Mapa Conceptual en Cuaderno de actividades. Se revisara en las Clases.