Estimados estudiantes con la lectura que esta a continuación usted presentará un trabajo escrito personal, donde pondrá en práctica la técnica IDRISCA; TÉCNICA DE LECTURA: Una propuesta para leer "A puro pulso" en todos los espacios académicos.
La técnica lectora!, para que Usted la aplique es así:
1er. Momento:
Lectura silenciosa individual.
2do. Momento:
Lectura de análisis individual; el estudiante debe escribir; así:
• Identificar palabras claves: estas se encuentran varias veces en el párrafo o tiene relación con el tema.
• Definir palabras claves: el estudiante da el significado a la palabra y luego la consulta en el diccionario
• Relacionar palabras claves: con las palabras y definiciones dadas el estudiante está en capacidad de escribir un texto.
• Ideograma: realiza un dibujo, mapa conceptual, u otra técnica, con la lectura.
• Síntesis: realiza el resumen del capítulo.
• Conclusiones: a que llega con la lectura.
• Aporte personal: qué le deja para su vida lo leído.
3er. Momento:
Lectura de socialización de los escritos. (Se escogerán los mejores trabajos)
4to. Momento:
Lectura evaluación. El docente evaluará el proceso que usted respeto y por eso debe ser muy claro en su exposición; este trabajo hará parte del primer logro para el bimestre.
Presentarlo en hoja carta con portada, en letra arial 12. El profesor indicara en la clase la fecha de entrega del trabajo.” Es individual”. “ sise detecta plagio se anulara “.
LECTURA: MITOS DEL HOMBRE MODERNO
Como hemos dicho, el hombre arreligioso en estado puro es un fenómeno más bien raro, incluso en la más desacralizada de las sociedades modernas. La mayoría de los hombres «sin-religión» se siguen comportando religiosamente, sin saberlo. No sólo se trata de la masa de «supersticiones» o de «tabús» del hombre moderno, que en su totalidad tienen una estructura o un origen mágico-religioso. Hay más: el hombre moderno que se siente y pretende ser arreligioso dispone aún de toda una mitología camuflada y de numerosos ritualismos degradados. Como hemos mencionado, los regocijos que acompañan al año nuevo o a la instalación en una nueva casa presentan, en forma laica, la estructura de un ritual de renovación. Se descubre el mismo fenómeno en el caso de las fiestas y alborozos que acompañan al matrimonio o al nacimiento de un niño, a la obtención de un nuevo empleo, de una promoción social, etc.
Se podría escribir todo un libro sobre los mitos del hombre moderno, sobre las mitologías camufladas en los espectáculos de que gusta, en los libros que lee. El cine, esa «fábrica de sueños», vuelve a tomar y utilizar innumerables motivos míticos: la lucha entre el héroe y el monstruo, los combates y las pruebas iniciáticas, las figuras y las imágenes ejemplares (la «joven», el «héroe», el paisaje paradisíaco, el «infierno», etc.). Incluso la lectura comporta una función mitológica: no sólo porque reemplaza el relato de mitos en las sociedades arcaicas y la literatura oral, todavía con vida en las comunidades rurales de Europa, sino especialmente porque la lectura procura al hombre moderno una «salida del tiempo» comparable a la efectuada por los mitos. Bien se «mate» el tiempo con una novela policíaca, o bien se penetre en un universo temporal extraño, el representado por cualquier novela, la lectura proyecta al hombre moderno fuera de su duración personal y le integra en otros ritmos, le hace vivir en otra «historia».
La gran mayoría de los «sin-religión» no se han liberado, propiamente hablando, de los comportamientos religiosos, de las teologías y mitologías. A veces les aturde una verdadera algarabía mágico-religiosa, pero degradada hasta la caricatura, y por esta razón difícilmente reconocible. El proceso de desacralización de la existencia humana ha desembocado más de una vez en formas híbridas de magia ínfima y de religiosidad simiesca. No pensamos en las innumerables «pequeñas religiones» que pululan en todas las ciudades modernas, en las iglesias, en las sectas y en las escuelas pseudoocultistas, neoespiritualistas y sedicentes herméticas, pues todos estos fenómenos pertenecen aún a la esfera de la religiosidad, aunque se trate casi siempre de aspectos aberrantes de pseudomorfosis. Tampoco hacemos alusión a los diversos movimientos políticos y profetismos sociales, cuya estructura mitológica-y fanatismo religioso son fácilmente discernibles. Bastará, para poner sólo un ejemplo, recordar la estructura mitológica del comunismo y su sentido escatológico. Marx recoge y continúa uno de los grandes mitos escatológicos del mundo asianomediterráneo, a saber: el del papel redentor del justo (el «elegido», el «ungido», el «inocente», el «mensajero»; en nuestros días, el proletariado), cuyos sufrimientos son llamados a cambiar el estatuto ontológico del mundo. En efecto, la sociedad sin clases de Marx y la desaparición subsiguiente de las tensiones históricas encuentran su más exacto precedente en el mito de la Edad de Oro que, según múltiples tradiciones, caracteriza el comienzo y el fin de la historia. Marx ha enriquecido este mito venerable con toda una ideología mesiánica judeo-cristiana: por una parte, el papel profético y la función soteriológica que asigna al proletariado; por otra, la lucha final entre el bien y el mal, que puede parangonarse sin dificultad con el conflicto apocalíptico entre Cristo y el anticristo, seguida de la victoria decisiva del primero. Es incluso significativo que Marx vuelva a echar mano, por su cuenta y riesgo, de la esperanza escatológica judeo-cristiana de un fin absoluto de la historia; en esto se separa de los demás filósofos historicistas (por ejemplo Croce y Ortega y Gasset), para quienes las tensiones de la historia son consustanciales a la condición humana y nunca pueden ser abolidas por completo.
Pero no es sólo en las «pequeñas religiones» o en las místicas políticas donde se encuentran comportamientos religiosos camuflados o degenerados: se los reconoce incluso en los movimientos que se proclaman francamente laicos, incluso antireligiosos. Así, en el desnudismo o en los movimientos en pro de la libertad sexual absoluta, ideologías donde se pueden entrever las huellas de la «nostalgia del paraíso», el deseo de reintegrarse al estado edénico anterior a la caída, cuando no existía el pecado y no se daba una ruptura entre la bienaventuranza carnal y la conciencia.
M. Eliade,
Lo sagrado y lo profano, 172-174.